
Ese era el título que Pedro Ruiz Nicoli quería que constase en su proyecto de memorias. Un proyecto que quedó inconcluso, por diversos motivos, entre ellos la escasa constancia de la receptora del encargo, yo. Parodiaba el título una obra de Enrique Jardiel Poncela, Pero…, ¿hubo alguna vez 11.000 vírgenes?, en la que este autor satírico, al que Pedro admiraba, dudaba de que la leyenda en torno a Santa Úrsula y las 11.000 vírgenes fuese cierta. 
Pedro creía que los publicitarios natos y netos eran pocos. Y sí, reconocía que esta afirmación respondía a un concepto elitista de la profesión, pero en los años en los que opinaba así, al principio del siglo en el que estamos, cuando ya había cumplido 60 y considerada que su carrera como publicitario estaba completa, observaba que quienes ostentaban cargos en el sector eran personajes planos, sin relieve y muy tibios, demasiado. Él era lo opuesto; era exceso y pasión. Si su personalidad se pudiera someter a un medidor de intensidad de virtudes y defectos, nada de él quedaría por debajo del 5, siempre se aproximaría al 10, en los rasgos buenos y en los menos buenos. 
Con su desmedida pasión e inteligencia pudo forjar lo que entonces, años 80, llegó a ser un imperio en el sector publicitario. Por su formación proctergambleliana supo dotar a las empresas que lideró de un rigor en los procesos y de un servicio que cuidaba hasta los detalles más nimios. Tapsa y Ruiz Nicoli fueron sus obras más fieles. 
Aunque su nombre no esté en la puerta de ninguna agencia actualmente, Pedro Ruiz Nicoli deberá ocupar un espacio importante en la historia de la publicidad de este país, porque gracias a esa ambición, pasión e inteligencia imprimió cierta modernidad en la entonces balbuceante industria publicitaria española de los años 70 y 80.  
Se reconocía también de carácter colérico y ese era un talón de Aquiles en su relación con la mayor parte de la profesión. Era capaz, como le ocurrió conmigo, de mantener una relación tensa durante más de dos años, porque yo había utilizado el adjetivo correcto para referirme al trabajo creativo de su agencia. Mantenía que eran términos antitéticos, y no le faltaba razón, y el que reconociese que había sido un error inintencionado no consiguió rebajar su enfado. Cuando se calmó, me confió el contar su vida. Deuda que debería saldar en algún momento. 
Era ambicioso y derrochaba la misma pasión en el trabajo y en la vida. La música, el arte, comer y beber, viajar… todo lo consumía con fruición. Era generoso en muchos aspectos. Poseía una vasta cultura y una memoria prodigiosa, lo que le convertía en un conversador ameno y divertido. Su ausencia es de las que se notan.