Difícil en estos días escribir sobre algo que no tenga que ver con la pandemia. El cuerpo no me pide escribir sobre otra cosa. Lo haré a modo de carta, espero me perdonen
Carta a Covid Diecinueve. A fecha de abril de dos mil veinte.
Lo primero, mi poco estimado enemigo, es pedirte que nos tuteemos, porque no hay porqué no hacerlo cuando has invadido todo en nuestras vidas y ya formas parte de ellas. Si tu nos has hecho tuyos, ahora tú eres nuestro también.
Tú has hecho que no haya conversación que no empiece o acabe en ti, que nos miremos de reojo y mantengamos las distancias, porque impones aún sin estar y sin que podamos verte.
Eres un cobarde. Te escondes en lo mejor del ser humano, que es el calor del cariño, del amor, de la amistad y de la cercanía, esa que es lo que precisamente nos hace seres humanos.
En apenas unas pocas semanas has aniquilado sueños, planes, amistades, recuerdos, abrazos, besos, caricias y sobre todo a personas. Las más sensibles y debilitadas, pero a la vez las más importantes. Lo son porque las personas mayores nos representan en todo, en lo que fueron e hicieron, en lo que nos enseñaron y enseñan y en lo que nos enseñarán en su recuerdo para siempre. Te escondes porque sabes que morirás, pero no sin antes haberte cobrado tu botín, el de los cuerpos más viejos o enfermos, pero también el de las almas jóvenes. Algunos que al principio de tu llegada pensaron que no les tocaba esta ronda, pero ahora son más conscientes de tu realidad letal.
Ellos son lo que tendrán que levantar el ánimo y esforzarse en el duro trabajo de reconstruir lo que te estás llevando por delante, pero no sin el conocimiento heredado de sus ancestros.
En nuestro quehacer diario, no dejas títere con cabeza, no hay puesto de trabajo y ni un solo rincón económico ni sector que no se vea sometido a tus asquerosos tentáculos verdes que salen de tu pegajoso cabezón. Grandes, pequeñas y medianas empresas, son todas igualmente pervertidas por tu maligno acontecimiento letal. El trabajo, ese bien tan preciado por todos y que dignifica al ser humano, parece ahora un oasis en el desierto, un bien vital que todos tendremos que cuidar mejor a partir de ahora.
Nos has encerrado, aumentando nuestros miedos y en ese aislamiento social, nacen mayores inseguridades y la frustración de no poder hacer cosas a las que antes ni siquiera dábamos valor. Navegamos por un mundo más virtual que nunca, en unas redes sociales menos sociales que nunca. Lo que no era importante lo es ahora y viceversa. Pero también nos has enseñado algunas lecciones, buenas y malas, o incluso horribles. Como que la estadística que existe detrás de los hechos se proyecta en lamentables y fríos datos de muerte. Resulta que los muertos que tu conviertes en curvas que aplanar, son gráficos de Excel con innumerables columnas que en realidad son elevados muros de dolor, el de otros mayormente, pero también el nuestro. Los datos menos fríos que nunca vimos. Ahora son muros de salud, luego serán muros económicos.
Las buenas lecciones las vemos exactamente en lo arrebatado; en el trabajo y esfuerzo colectivo, en la cercanía solidaria de los que ahora más se necesitan, aquellos que trabajaron en momentos de tranquilidad en la sombra, con la eterna pregunta revoloteando de su necesidad y que hoy, paradojas de la vida, son los más importantes, queridos y necesarios. Los ahora alabados y llamados héroes y ayer tan repetidamente olvidados.
Has lastrado la vida, en el presente y en el futuro de muchas personas, asociadas a proyectos que a duras penas van a poder sobrevivir y que arrastrarán a personal y familias tras ellas. Porque tú, maldito bicho, sabes que lo peor está por llegar, que es la huella del golpe asestado, una huella profunda que tardará meses o años en cicatrizar y que ya no olvidaremos nunca.
Este que te escribe no es más que un publicitario, que aunque por ser hijo de médico puede confirmar lo que algunos ya sabíamos; la increíble entrega y profesionalidad de tanta gente cuya dedicación es la más honesta posible y no es otra que salvaguardar a los demás. Uno, consciente de que no tiene demasiado sitio en una pandemia, pero que precisamente por eso valora aún más a todos aquellos que sí que lo tienen, os da a todos gracias de corazón.
Este creativo de espíritu y por defecto empresario accidental, pasa por la enésima mala racha y aunque reconociendo que eres un tsunami microscópico difícil de superar en barca neumática, nos tendrás delante para trabajar por lo que creemos y tanto hemos luchado. Cierto es que lo nuestro no es nada tan serio, reconozco que no lo parece, solo somos publicistas. Un mal necesario, según muchos ajenos a la profesión y que sin embargo son consumidores de medios, contenidos, noticias, marcas y productos que no existirían sin nuestra presencia y labor. Ya llegará nuestro momento de aportar, en la llamada vuelta a la normalidad, o en alguna parte de la reconstrucción del mal causado. Anunciantes, marcas e instituciones volverán a la necesidad de comunicar de nuevo. Vender productos y servicios será clave para recuperarnos y ahí estaremos.
Volveremos, pero ya no te olvidaremos, ni la lección más importante que tú nos has traído, nuestra fragilidad, tanto personal y moral como económica. Un bicho llamado Covid de apellido Diecinueve, nos puso a la sociedad en un lugar casi olvidado. Acostumbrados a crecer, progresar y mejorar casi permanentemente pese a las diferentes crisis económicas que has hecho que parezcan fugaces estornudos, ahora nos colocaste en el acantilado, al borde de caer en la más absoluta debilidad y un seguro retroceso.
Buen briefing.Insight inapelable. Un reto. Tenemos por delante la mayor de nuestras campañas: continuar. Así que cada cual arrime su hombro, en lo que mejor sepa hacer, sin mirar más allá que sencillamente en volver a ser. Porque en cada uno de nosotros y nuestras pequeñas parcelas vitales, cuando las recuperemos, estarán tantos otros representados. Yo personalmente me dedicaré a hacer lo único que humildemente se hacer, anuncios, cuando pueda y como pueda.
Y ahora, mi asqueroso enemigo, acabo poniéndote un fragmento traducido del texto de una canción del gran Sting, una que ahora nos define muy bien.
"La lluvia de mañana las manchas lavará, pero algo en nuestras mentes siempre quedará. Una y otra vez la lluvia nos dirá cuan frágiles somos". How fragile we are.