Opinión

Sabático

Hace justo un año que me mudé con mi familia a Tasmania. Aprovechando que esta isla con nombre de dibujos animados tiene el aire más puro del mundo decidí tomarme un respiro. No tener visado de trabajo en Australia ayudó en la decisión. Hasta ese momento, lo de tomarse un año sabático siempre me había sonado a capricho de niño rico, algo que los de pueblo no nos podemos permitir. Por suerte, este pueblerino se casó con una australiana de gran talento, que en nada encontró clientes y proyectos interesantes en los que trabajar. De repente, no solo estaba de sabático, sino que además era un mantenido. Dos de dos. 

Aunque pueda sonar bastante idílico, aceptar la nueva realidad que me había autoimpuesto me costó más de lo previsto -el mundo de las ideas y el de los hechos rara vez van de la mano­-. Los que me conocéis, sabéis que tengo poco de macho alfa y, a pesar de todo, sentí que mi rol de padre y marido estaban en entredicho. Al añadir a esta ecuación el miedo a perder la relevancia en la industria que en Nueva York tenía garantizada, el cóctel se convirtió en tóxico. Paradójicamente, en ese desasosiego visceral es donde el sabático empezó a tener sentido. En ese dolor sordo del desubicado sentí que empezaba a crecer.

Mientras los burócratas australianos se tomaban su tiempo para gestionar mi permiso de residencia, yo me tomé el mío en estructurar mis días, dejando siempre un espacio en blanco. Esto era algo que las exigencias de la profesión -o mi incapacidad para la multitarea- habían puesto en pausa indefinida. Ahora, a la vez que mejoraba mis dotes culinarias, me sacaba por fin el carné de conducir y hacía un curso acelerado de bricolaje y jardinería, podía reordenar prioridades y hacer balance. Quería controlar mi presente más que intentar predecir el futuro o vivir en el pasado. Por fin tenía tiempo para reflexionar y era un lujo que no podía desperdiciar.

La primera reflexión me empujó a escribir sobre Las Mujeres de mi Vida en esta misma revista. Darme cuenta de la fragilidad de mi ego y de lo arraigados que tenía ciertos valores de la masculinidad, me llevó a valorar lo opuesto. Pensé en cómo, al contrario que yo, mi mujer no dudó en abandonar su rol de directora de diseño en Sid Lee Ámsterdam para seguirme y apoyarme en mi aventura americana, y jamás le escuché un reproche. ¿Cuántas más me habían inspirado calladamente con sus hechos a lo largo de mi carrera? Hice una lista, que no he dejado de actualizar. Hoy tiene cerca de cien nombres.

La segunda gran oportunidad para reflexionar me la dio Concha Wert, cuando me invitó a celebrar el vigésimo aniversario del Club de Creativos. Convertí la ocasión en una celebración doble, al extender la invitación a Jordi Pont y revisar nuestros veinte años de amistad en el contexto de la profesión. Repasar los mejores momentos de nuestra carrera me recordó cuánto me gusta la publicidad. La firme convicción de que su atractivo no se limita a una sola faceta es lo que me ha llevado a explorar diferentes lenguajes, diferentes medios y diferentes mercados. La curiosidad mató al gato, pero a mí, de momento, sólo me ha llevado por una ruta escénica hasta Tasmania.

AMIGOS

La tercera reflexión fue consecuencia de la anterior y me llevó a apreciar el placer de trabajar con amigos. Ahora los tenía desperdigados por Singapur, Ámsterdam, Madrid, Barcelona, Tokio, Richmond, Nueva York, Los Ángeles… Colaborar a distancia era la única opción a mi alcance. Así que empecé a pelotear con gente brillante como Juan Ciapessoni, en Montevideo, Ferran López, en Londres, o con Pere Pérez, con quien nos conocemos desde niños porque es de mi pueblo, Parets del Vallès. Visyon es la empresa de la que Pere es fundador y es, sin duda, una de las más avanzadas a nivel de tecnología inmersiva y comunicación con las que he trabajado. A veces, nos tenemos que ir a la otra punta del mundo para valorar lo que está al lado de casa.

Mi sabático ha llegado a su fin y la curiosidad me ha llevado ahora hasta Sydney para volver a aprender, esta vez de la mano de We Are Social. La única razón por la que me he decidido a convertir este artículo en una especie de confesión pública es porque espero de corazón que mi experiencia pueda serle útil a alguien. Especialmente, el periodo de aclimatación inicial, ese del que normalmente no se habla. El mundo no siempre es tan bonito como se ve en las fotografías de Instagram y está bien que así sea. Cuando consigues salir adelante, tu triunfo se ve mejor sin filtros. ¡QD!

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