Los últimos cinco años de mi vida profesional los he ejercido como creativo/director de arte/publicitario/diseñador/dilecomoquieras freelance. Los freelance, como bien sabes, p'a bien o p'a mal suelen trabajar solos. En casa, o en algún chiringuito de coworking lo más económico posible. Yo, personalmente, esto de trabajar solo lo he llevado más bien mal. No dejo de añorar el barullo, siempre enriquecedor, de la agencia. Lo he suplido con un poco de ruido, oyendo música o escuchando la radio.
Pero sucede que últimamente, colegas míos que trabajan en agencias medianas o grandes me explican un fenómeno relativamente nuevo y creciente, que se me antoja grave y alarmante: en los departamentos creativos de las agencias (o, por lo menos, en algunas de ellas) no se habla. Los creativos de las agencias llegan -¡temprano!- delante de su ordenador, se colocan unos cascos y se ponen a trabajar como posesos. No levantan el culo de la silla más que para ir al baño, o para tomar un cafelito lo más rápido posible, no sea que. Al mediodía paran media hora para comer algo, y por la tarde continúan este plan de vida hasta las 6-6:30h, y hasta aquí hemos llegado.
Y todo esto, en absoluto silencio. Nadie habla. Nadie discute. Nadie ríe. Nadie reniega. Nadie grita. Nadie comenta. Nadie se queja. Nadie debate. Nadie dice esta boca es mía. Como en una gestoría. Como en la administración pública. Como si fueran funcionarios. "Vengo, trabajo y me voy. Y no regalo ni un segundo a la empresa, porque son unos cabrones y no me lo pagan. Que les den. ¿Qué se creen, que soy tonto?"
Y una agencia de publicidad no es una gestoría. Ni un ministerio. O no debería serlo. Aunque igual hemos hecho tarde, y sí que algunas (¿o muchas?) agencias se han convertido en una siniestra oficina más. Como cualquier otra.
¿Dónde quedan aquellos departamentos creativos en los que copys, directores de arte, directores creativos, planners, producers y todo quisqui que trabajaba allí se enfrascaban en eternas discusiones sobre si la campaña X de la agencia X es un truño o es de premio? Donde sonaba siempre –vale, sí, quizás demasiado alta- todo tipo de música, casi siempre inspiradora… donde la gente reía, hablaba, jugaba, debatía, discutía, se lamentaba o peloteaba sin parar con su dupla creativa, o con quien hiciera falta. Donde la gente trabajaba hasta que el concepto, el titular, el montaje o el layout estaba ok. Fueran las 6 de la tarde o las 12 de la noche. En definitiva, la gente vivía y lo vivía, no solo trabajaba.
Muy probablemente, los nuevos publicitarios están cargados de razón y de razones, y es del género estúpido trabajar gratis para ninguna empresa ni un minuto de más de lo pactado en un contrato. Y ciertamente la vida es mucho más compleja y rica como para malgastarla dentro de las cuatro paredes de una agencia de publicidad.
Y seguro que los que hemos trabajado en publicidad regalando un sinfín de horas, días, noches y fiestas de guardar al puto capital, somos unos gilipollas. Segurísimo que sí.
Pero no puedo evitar observar la mayor parte de publicidad que se hace hoy en día, y llegar a la conclusión de que los gilipollas de antes nos divertíamos más que los publicitarios/funcionarios de hoy.
Y que esto, al final, se nota.
Oscar Pla es director creativo de Homeless Comunicación Sin Techo