Opinión

Nombralia

Se levantó a las siete de la mañana. Ni siquiera su colchón de Noctalia le había permitido conciliar el sueño al lado de su mujer Obdulia. Ella roncaba. Salió en su Cintroën Xenia de la urbanización Montalia a las ocho de la mañana.

Trabajaba en Amenia y hacia allí se dirigió mientras consultaba por el móvil las cotizaciones de Aceralia y Forralia en las que tenía invertido su pequeño capital. Caían sin red. Tuvo una mañana dura. La presentación a Bankalia fue un desastre. Concretamente, la demostración del sistema Afasia resultó catastrófica y en el cliente cundió la abulia. De nada valió que desplegasen toda su parafernalia. Un error así cuesta un puesto, o al menos un traslado a Mongolia.

Decidió comer en su despacho. No tenía ganas de tertulia. Simplemente pidió por teléfono un menú Oficia a Pizzalia. Venía con helado de magnolia.

Por la tarde tuvo una llamada de Evadia, su asesoría jurídica. Otra mala noticia. Ese año no le salvaba nadie de pagar una pasta a Fiscalia, antes

Hacienda. "¿Nos vemos esta tarde, Amelia?", preguntó a su amante, una ejecutiva de la competencia. "De acuerdo, a las ocho en el Argelia". Una copa en el Argelia y un desahogo en su buhardilla. Era una buena forma de nivelar algo una pésima jornada. Él no era de esos que se hacen mala conciencia. No conocía la malicia. Al salir de su oficina indicó a Ofelia, su secretaria, que fijase una reunión con Brutalia, la parte del holding dedicada a Defensa. Se sumergió en el tráfico de la ciudad decidido a olvidarse de los negocios. Pero era difícil. Según avanzaba al ritmo sincopado del atasco, docenas de luminosos parecían llamarle a gritos desde las azoteas o incluso desde las fachadas de los edificios, convertidas en grandes reclamos por la municipal codicia: Pastalia, comida preparada; Basuralia, eliminación de residuos; Despendolia, ocio nocturno; Cogorcia, bebidas alcohólicas; Babelia, consultoría; Animalia, veterinaria; Desastria, seguros; Iberia, líneas aéreas; Morbosia, revistas del corazón; Calambria, electricidad; Ahumalia, petróleos; Nombralia, la empresa que había puesto nombre a todos ellos y que tenía un palacio en el centro. Las oficinas de los holdings más poderosos de la tierra estaban allí para poner a prueba su astucia. Así que, cuando llegó al Argelia, su cabeza estaba llena de estrategia, pero vacía de cualquier otra cosa.

Al encontrarse con Amelia la encontró reacia.

- Hoy estoy un poco lacia.

- No te preocupes, eso se te pasa con una pastilla de Espabilia.

- Además no tengo gomas.

- Cuántas veces te he dicho que tengo anespermia.

- Muchas, pero luego no me atrevo a preguntarte qué es eso.

- Pues que no soy fértil. No puedo tener descendencia.

 Yo creí que era un valor bursátil.

Tras la coyunda, se levantó de la cama y, mientras se fumaba un cigarrillo fabricado por Nicotia, miró por la ventana. Vio una furgoneta de reparto de Bollalia aparcada en quinta fila y bloqueando una arteria. Fue lo último que vio en su vida. Cayó al suelo como fulminado y allí se quedó el hombre, hecho una birria. "Dios mío", dijo Amelia. Desde su móvil pidió una ambulancia a la cercana Clínica del Remedio, ahora llamada Curalia. "Ha sido una embolia", dijo el enfermero. "Por fin conoceré a Obdulia, si nadie lo remedia", pensó Amelia.

Y efectivamente, así fue. Ocurrió en las instalaciones de Espichia, la funeraria. Pero eso ya es otra historia.*

David Torrejón

Director editorial

*Recortada ligeramente de la columna original publicada en Anuncios en 2001.

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