He estado intentando buscar la fecha en la que escribí mi primera columna para Anuncios. No la he encontrado, por supuesto. Mi habilidad para encontrar cualquier cosa es inversamente proporcional al interés que tenga en el hallazgo. El caso es que fue hace muchos, muchos años.
Pocas cosas me gustan más en mi labor profesional que escribir esta columna. Desde que me lo propuso mi querido Manuel de Luque, hasta esta nueva etapa en la que comparto mis cosas con la maravillosa Maite Sáez, aquí solo encuentro libertad y diversión.
Y el otro día, después de tantos años, caí en la cuenta de porqué esta columna es un espacio tan importante para mí: porque nunca me han cambiado ni una coma en las chorrocientas que llevo escritas. Pero nada de nada, de nada. Ni un cambio de enfoque, ni una expresión que les pareciera inadecuada, ni un charco en el que preferirían que no me metiera. Nada. Le doy al send y eso es lo que se publica.
Qué maravilla.
Porque si tuviera que escribir mi biografía, creo que la titularía El hombre avasallado por los cambios. Cuando escucho al inefable ejecutivo de cuentas que murmura, lleno de satisfacción por el deber cumplido, “tranquilo, Pach, nos han dado muy pocos cambios”, en mi cabeza se visualiza un documento de Word de 40 páginas llenos de bullets con los “pequeños cambios” que habría que acometer en ese díptico que nos trae a mal traer. Todo lo que sale de mi computadora vuelve con cambios. Todo. Creo que se debe al meterbazismo. Esa deficiencia genética que tenemos los humanos que nos lleva a querer meter baza en cualquier asunto, para que se vea que estamos aportando, que si no fuera por ese comentario tan acertado e imprescindible que emitimos en el momento justo (“no pongas ‘no’, que es negativo”), el proyecto nunca hubiera llegado a buen puerto.
Aunque lo cierto es que el proyecto que salió de mi MacBook apuntaba al puerto de Nueva York y hemos acabado amarrando la nave en Villagarcía de Arosa. Es que todo son cambios, oigan. Cuando presentas ideas, prácticamente nadie es capaz de apretar el botón de Me Gusta, y ya. Y aprovecho aquí, como el que no quiere la cosa, para meter una cuña publicitaria: el próximo 13 de octubre lanzo Zidanes y Cargoles, un libro sobre la parte más absurda del madridismo.
Pues bien, estoy por copiar y pegar aquí la cadena de emails que he mantenido con mi editora sobre el trascendente tema de que a mí me gusta poner las temporadas futbolísticas en formato 92/93, que es lo que he visto en el Marca toda la vida, y ella cree que es más correcto 92-93. Tras veinte emails perdí la discusión, claro. Y cada vez que lo vea impreso en mi libro, me arrepentiré de no haberlo peleado más. Por eso agradezco tanto este rincón cambio protected que me asegura una tranquilidad de espíritu creativo sin parangón. Gracias, Anuncios, por una vida sin cambios.
Antonio Pacheco, ‘chief creative officer’ en Manifiesto