Page 80 - Nº2 Mujeres a Seguir
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# opinión
y
Beatriz Becerra Basterrechea Eurodiputada
¿Dónde están las Decía María Blanco en la presentación de su libro Las tribus liberales.
mujeres liberales? Una deconstrucción de la mitología liberal (Deusto, 2014) que “hay pocas
mujeres liberales porque los hombres liberales son muy aburridos y hablan en
código masculino ofreciendo ideas que no interesan a las mujeres”. Retranca
aparte, hay unos cuantos hechos ciertos: que el liberalismo patrio adolece de
un considerable mansplaining redicho; que nuestra historia ha maltratado
a figuras liberales clave como Mariana Pineda y Clara Campoamor, y que
las mujeres liberales han hecho buena parte su impagable tarea desde la
clandestinidad.
Si el liberalismo no se entiende hoy de la forma adecuada es porque los
liberales, hombres y mujeres, por incompetencia, complejos o confusión,
estamos siendo cómplices necesarios. En esencia, ser liberal es una manera
de ver la vida, basada en el ejercicio de tu libertad de elección como adulto, a
la vez que asumes tu propia responsabilidad individual. En la agenda liberal
las políticas sociales son tan importantes como las económicas, y es nuestra
obligación moral y práctica explicar que son inseparables. El liberalismo
es la mejor y más pragmática hoja de ruta para acabar con la pobreza y
la desigualdad, porque fortalece la responsabilidad y la decisión individual,
desde la libertad y la igualdad de oportunidades.
Y, por cierto: un liberal debe necesariamente ser feminista, pues la defensa
de la igualdad efectiva ante la ley para todos los hombres y mujeres es
un principio inexcusable. ¿Deberían las feministas contemporáneas ser
liberales? Yo diría que sí: por pura garantía de afinidad y eficacia.
Del primer liberalismo femenino apenas nos queda la referencia heroica
de Mariana Pineda, elevada a la categoría de Mártir de la Libertad del siglo
XIX. Pero estudios históricos recientes recogen el papel fundamental de
casi 1.500 mujeres liberales, un «ejército de amazonas» que escribía folletos,
publicaba artículos y participaba intensa y extensamente en actos cívicos
en defensa de la Constitución. Mujeres que dieron un nuevo sentido al
valor de lo simbólico, portando cintas verdes liberales o usando abanicos y
vajillas adornados con motivos constitucionales. Una verdadera revolución,
profunda y silenciosa.
Dos siglos después, las mujeres damos por descontadas muchas cosas. Que
podemos presentarnos a las elecciones. Que tenemos protegido nuestro
discurso libre. Que hemos de participar en la vida pública e institucional.
Que podemos elegir y debemos tomar decisiones individuales relevantes
para nuestra sociedad, porque podemos votar. Y, sin embargo, hace menos
de cien años que nosotras, las mujeres europeas, tenemos ese derecho.
En España, una sola mujer logró el voto femenino, para lo que en otros
países hicieron falta miles de sufragistas. Y esa mujer fue Clara Campoamor.
Republicana, liberal y feminista. «Estoy tan alejada del fascismo como del
comunismo. Soy liberal», aseguraba. Una clase política más genuinamente
liberal y menos inculta, acomplejada y sectaria que la que tenemos en
España, habría haber hecho de Clara Campoamor, genuina representante
de la “tercera España”, un referente.
Es el momento de la revolución liberal del siglo XXI: la del centrismo
reformista insurgente. La de la consolidación de un espacio político eficiente
y transformador. Y las mujeres liberales estamos llamadas a ser agentes
esenciales de ese cambio posible y necesario. Sin complejos. #
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