Quienes diseñan productos industriales tendrían que olvidarse en algún momento del diseño y pensar más en quienes los van a utilizar.
Y, aunque en la mayoría de casos sí lo hacen, lo cierto es que aún se siguen fabricando cosas que no cumplen con lo más elemental: no cabrear al personal.
Una silla tiene que ser cómoda; y una cafetera tendría que haberse diseñado para que el café se vertiera en la taza y no en la encimera.
Me estaba acordando ahora de un spot premiado en Cannes hace algunos años, en el que se veía a un arquitecto recorriendo en una silla de ruedas el edificio que acababa construir, para comprobar “in situ” que era accesible para todo el mundo. Ese salir y mirar desde fuera es un ejercicio de generosidad que los consumidores suelen agradecer mucho.
Luego está el diseño por el diseño. Por ejemplo, el de los botones cuadrados. Tengo en casa una camisa de un famoso diseñador de ropa español, al que no se le ocurrió otra cosa que ponerle botones cuadrados a la camisa que había diseñado.
Dicho así suena divertido, ¿verdad? Es como decir tengo una rueda cuadrada. Pues ya ves: cada vez que quiero abrochar o desabrochar los botones, me hago polvo los dedos. ¿Será verdad que para presumir hay que sufrir? ¿Vendrá eso especificado en alguna de las múltiples etiquetas que lleva la ropa… o es que nos estamos volviendo un poco locos?
Críticas
Hace tiempo que decidí no quedarme callado con estas cosas. Así que cada vez que detectaba un producto mal pensado, escribía un e-mail al fabricante y se lo decía (los fabricantes agradecen que uno se tome la molestia de decirles algo; aunque sean sólo críticas sobre sus productos).
Normalmente me solían responder, entre sorprendidos y agradecidos, y me decían que se iban a tomar muy en serio mis comentarios.
Hace tiempo me pasó con una conocida marca de cacao soluble.
Para poder abrir aquel bote de cacao, antes había que atravesar una fina y peligrosa lámina de hojalata, que no llevaba ninguna arandela de la que poder tirar. Había que meter un cuchillo en la hojalata, hacer un hueco, y con los dedos arrancar el resto de la tapa. Es decir: que algo tan simple como es abrir un bote, se había convertido en una experiencia desagradable, además de muy peligrosa. ¿Por qué hacerlo difícil? ¿Para qué hacerlo tan incómodo? ¿Por qué ser antipáticos con quienes nos dan de comer?
Sigo observando y os cuento…
