Cerca ya de su sesenta aniversario, el Festival de Cannes, nombre genérico y no oficial con el que todo el mundo se entiende, ha recuperado las dimensiones ciclópeas de antes de la crisis. Tal es su tamaño que cabe preguntarse dónde está el límite, y no sólo como festival, sino como espacio físico. La estrategia de diversificación desplegada en los últimos años por la nueva organización ha ayudado a que el festival no tuviera una caída tremenda en inscripciones y delegados, pero ahora, recuperado el tono, se ha configurado un macroevento que tiene poco parangón en otras industrias y que corre el peligro de desbordarse nada metafóricamente. Cannes empieza a quedarle pequeña a Cannes. Y la última incorporación, el premio a la eficacia, demuestra que una vez agotados los medios y especialidades, se pueden empezar a construir secciones por criterios de valoración…
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