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'Superdatadas'

Un artículo de Jesús Romero, director de operaciones deGrow

¡Me faltan datos, me faltan datos!, nos suplicaba por el pasillo mi querida Nieves, tratando de que le dedicásemos un momento para saber algo más sobre ese presupuesto que tenía que preparar con urgencia. Nosotros (el director creativo y yo), pasando un poco y con cierto aire de suficiencia, le contestábamos: “hija, Nieves, pues te los inventas”, y seguíamos a nuestro rollo hablando y teorizando sobre posicionamiento, territorios, estrategia y otras cosas mucho más importantes que los datos de la pobre Nieves.

¡Qué equivocados estábamos! No ha pasado mucho tiempo y ahora veo Nieves por todos lados.

Llegó la era del dominio algorítmico, la omnipresencia de la data y su procesamiento mediante inteligencia artificial, y nos hemos colocado ante un paradigma fascinante, un escenario que pone en jaque nuestra propia esencia racional e intelectual, esa a la que mirábamos y aspirábamos en nuestras conversaciones trascendentales de pasillo mi compañero y yo.

La maquinaria cognitiva de silicio, supuestamente desprovista de alma, pero incansable y asombrosamente precisa, invita a cuestionar el valor intrínseco de la razón humana y de la intelectualidad como algo único de la especie.

Los sistemas avanzados de IA, con su capacidad para digerir y sintetizar montañas de datos en pocos instantes, nos desafían a reconsiderar qué significa ser ‘inteligente’. La inteligencia artificial puede optimizar rutas logísticas, predecir tendencias de consumo, hacer el diagnóstico de una situación clínica complicada u organizarte unas vacaciones de semana santa, todo sin despeinarse —si es que tal expresión cabría en su ente inanimado—.

Así que, en este contexto juego desde hace tiempo con los parónimos superdotado y ‘superdatado’ (inventado por un servidor) y no sé por qué daba por sentado que existe entre ellos una clara incompatibilidad, además de una cierta gracia en la incorporación de la segunda como adjetivo y descriptivo de la propia IA; y tampoco sé por qué mi cerebro no se permitía llegar a combinarlas como complementarias y las colocaba como divergentes.

Supongo que hay miedo a todo esto. Asistimos perplejos a un cambio de ciclo, una revolución o incluso una catarsis que nos afecta a todo y en todo.

¿Estamos ante un obituario prematuro de la intelectualidad humana?

¿Podríamos asistir a un atontamiento generalizado, en un mundo más ‘inteligente’ que nunca?

Conociendo al ser humano y su general inconsistencia, podría darse el hecho de que ante una inteligencia artificial en crecimiento exponencial se diera un proporcional aumento de su propia estupidez. “Total, si lo hacen las máquinas, para qué voy yo a intentarlo siquiera”, podría pensar cualquiera, y seguir mirando TikTok como si tal cosa.

Seguramente, no vaya a ser así. Hasta donde yo sé, de momento las IA las crean y las manejan personas. Luego, es cierto que no tenemos muy claro cómo funcionan, pero sin duda alguna, son una creación de nuestra especie.

Los datos y su manejo por máquinas, por avanzadas y ‘superdatadas’ que sean, representan solo una forma de inteligencia: la inteligencia como eficiencia, no como sabiduría. Las máquinas pueden identificar patrones y optimizar procesos, pero carecen de la capacidad para discernir el significado más profundo de sus propios hallazgos. ¡Pobrecillas! No sienten la belleza matemática de una ecuación ni pueden experimentar la tristeza de una melancolía poética.

Astucia

La mente humana, sin embargo, trasciende la mera capacidad de cálculo. Su verdadera esencia radica en la capacidad de contextualizar, de inyectar un pensamiento crítico y creativo en un mar de números y datos predecibles. El hombre no se limita a procesar información; la interpreta, la crítica y, sobre todo, la comprende o trata de hacerlo al menos.

En cualquier caso, más vale que le vayamos haciendo hueco en nuestras ya tecnificadas vidas. Me temo que no cabe otra que integrarla y normalizarla, como lo hicimos antes con tantas otras ‘modernidades invasoras’.

La falta de conciencia o comprensión sobre cómo la IA está integrada en nuestros sistemas y procesos puede, efectivamente, convertirse en una barrera significativa para el crecimiento personal y profesional. No entender la IA o ignorar su impacto limita nuestra capacidad para interactuar eficazmente con las nuevas dinámicas del mercado laboral, de la educación y de la sociedad en general.

Seguramente, no saber de IA o no integrarla pueda llevarte a un nuevo estado de analfabetismo funcional.

Yo espero que esta coexistencia nos sirva para revalorizar no solo lo que pensamos sino cómo y por qué lo hacemos, manteniendo la profundidad de pensamiento que nos hace esencialmente humanos frente a la frialdad de nuestros propios inventos y seamos capaces de aprovechar la ola, ya que justo aquí radica la oportunidad para que la intelectualidad brille, no en competencia con la IA, sino en complementariedad.

Seamos astutos, que es condición humana, y sintamos la inteligencia artificial no como un rival, sino como un socio y una extensión de nuestras capacidades. Los verdaderamente inteligentes ya conversan con ella en su propio lenguaje. En este nuevo mundo, quien entienda la IA será quien defina dónde y cómo se trazan las fronteras del mañana.

Los verdaderamente inteligentes no temen a las nuevas herramientas; las forjan a su imagen y semejanza, y en el proceso, no solo cambian el juego, sino también las reglas del mismo.

Jesús Romero, director de operaciones de Grow.
Jesús Romero, director de operaciones de Grow.

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