La publicidad ha sido siempre una materia muy tentadora para el poder legislativo. Su cualidad de supuesta abusadora o, cuando menos, molestia universal la hace fácil objetivo de políticos deseosos de contentar a los votantes concediéndoles su protección. No es la primera y ni será la última vez que en estas páginas denunciemos la irresponsabilidad que conlleva entender la publicidad solamente como una amenaza, en lugar de como un potente y eficaz motor de la economía. Un empresario que fabrica productos es un emprendedor digno de apoyo. Un empresario que los anuncia para venderlos es una molestia de la que protegerse. Curiosa paradoja. No puede decirse, además, que esta actitud obedezca a la ignorancia, ya que los partidos políticos se convierten en ávidos anunciantes dispuestos a asediarnos por todos los medios a su alcance siempre que hay elecciones. Y muchas veces excediéndose en el manejo de la herramienta.
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