Opinión

Mudos; por Carlos Holemans

"El sonido estropea el arte más antiguo del mundo, la pantomima. Arruina la belleza del silencio. Anula el significado de la pantalla".

Quien así se expresaba era Charles Chaplin, en 1929. Manifestaba con esas palabras una zozobra que muchos sienten idéntica en estos días.

El vértigo de los cineastas del cine mudo ante la llegada del sonoro fue prácticamente simétrico al que provocan hoy las nuevas tecnologías de la información.

Paul Auster, en El libro de las Ilusiones, y el clásico del cine Cantando bajo la lluvia se refieren magistralmente al abismo que abrió el cine sonoro. En efecto, muchos profesionales del mudo no supieron reciclarse y acabaron desapareciendo. Algunos tan ilustres como Buster Keaton.

El temor y el vértigo estuvieron entonces tan justificados como lo están hoy.

He participado hace poco en dos mesas redondas y en una tertulia radiofónica. En los tres casos, mis contertulios, gente docta y solvente cuyo trabajo admiro,  han coincidido en una misma frase, usando prácticamente las mismas palabras: lo importante no es la tecnología, sino la idea.

Como si la existencia de una supusiera la negación de la otra. Como si fueran la vida y la muerte.

Creo que esa es una expresión de miedo. Del miedo a desaparecer. Algo así como: si no domino la tecnología (y sé que no la voy a dominar) voy a ser eliminado, desechado.

Muy parecido debió ser lo que sintió Chaplin cuando pronunció su frase de más arriba. Tenía miedo y por ello rechazaba el cine sonoro. Nada más humano que eso.

Lo políticamente correcto sería manifestar que a mí no me pasa, que yo siento un entusiasmo infantil por las nuevas tecnologías, que fantaseo con arduinos y por las noches sueño con ovejas eléctricas. Pues no. Yo también tengo miedo.

Y lo natural cuando tienes miedo es correr. Lo que marca la diferencia es si corres hacia delante o hacia atrás.

No hace mucho me contaba Ignasi Giró, fundador de Honest & Smile, su luminosa teoría sobre el botón rojo, una imagen tan absurda como enormemente evocadora.

Imaginemos que existiera un gran botón rojo que, si lo pulsaras, hiciera desaparecer de un plumazo Internet, Google, Facebook, Twitter y todo lo digital. Ese botón nos devolvería a principios de los Noventa. Pues bien, según la teoría del botón rojo, las personas nos dividimos entre aquellos que lo pulsarían sin dudar y aquellos que no lo harían. Entre los que correrían hacia atrás y los que lo harían hacia delante.

Tener miedo es legítimo.

Sin embargo lo que nos hace diferentes es lo que decidimos hacer con nuestro miedo. El cómo nos enfrentamos a la violencia de lo nuevo, como la define el diseñador inglés Richard Seymour (cuyas palabras recomiendo escuchar en http://www.contagiousmagazine.com/2012/11/most_contagious_7.php).

El estrépito con el que llega el cambio puede ser, en efecto, aterrador. Probablemente no hayamos visto una secuencia de cambios tan tectónica en los últimos quinientos años.

Sin embargo, si uno conserva la calma podrá observar que, hoy como ayer, la tecnología suele cerrar una puerta y abrir diez.

A diferencia de mis contertulios, estoy convencido de que idea y tecnología no son elementos antagónicos: materia y antimateria, vida y muerte. Aunque, del  mismo modo, la relación entre ellos excede la que tienen el sueño y la herramienta que creamos para alcanzarlo.

La tecnología llega como herramienta para colmar un sueño, cierto, pero de pronto descubrimos que también abre un sinfín de otros sueños posibles, que hasta ese momento ni sospechábamos que podíamos concebir.

Y esa repentina capacidad de soñar sueños nuevos es la que nos da vértigo. La que da miedo y fascina a la vez.

La yesca y el pedernal llegaron para satisfacer el sueño de comer caliente todos los días. La cámara fotográfica llegó para colmar el sueño de la inmortalidad.

Sin embargo, tanto el fuego como la foto crearon fascinación y temor a partes iguales.

En bastantes idiomas, el verbo para hacer una foto tiene que ver con quitar o tomar. Arrebatar, en cierto modo, algo de ti, algo parecido al alma.

Si lo pensamos dos veces, esa aprensión nuestra hacia lo que desconocemos es comprensible y perdonable, pero nos hace tan irremediablemente catetos como un cromagnon frente al relámpago. Y lo que es mucho peor, nos impide salir corriendo en la dirección correcta, la antiintuitiva: hacia delante.

 

Monstruos

Nuestro futuro no está escrito, pero el de nuestros antepasados sí y se llama Historia. Nuestras angustias de hoy no son nuevas, como nos gusta creer. Cambian los monstruos, pero el miedo te deja mudo igual hoy que en 1929.

Sin embargo, la Historia prueba que con cada miedo llega su esperanza.

Chaplin, tras las noches de insomnio provocadas por las talkies, acabó por rodar El Gran Dictador, la primera película donde se escucha su voz, y que fue tal vez su mayor éxito. Una vez superado el pánico inicial, él supo arrancar a correr en la dirección correcta, aprendió a entender la nueva tecnología y a utilizarla en su propio provecho para consumar una obra maestra. 

Así pues, dejemos de temblar como el cromagnon y echemos a correr. Hacia el relámpago.

 

Carlos Holemans/ Ilustración: Jordi Carreras

photoconhache@anuncios.com

 

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