Opinión

Me gusta la rutina

Todavía nos hacen falta muchas Barbies para romper las inercias que llevamos arrastrando desde muchos siglos atrás

Qué maravilla volver a la rutina. Me gusta la rutina, sí, como a los bebés, me da seguridad. Mantener ciertos horarios, tener deadlines, ser consciente de mis responsabilidades. Al contrario de lo que podría parecer, me hace más resolutiva, creativa, exigente, motivada. Saber qué viene a continuación en el día me gusta. Cierto es que, como buena aries, igual que te digo esto, en un par de meses te voy a estar diciendo lo contrario, pero eso lo dejamos para otro artículo.

El caso es que este verano, que he tenido la inmensa fortuna de que sea estupendo, con su falta de rutinas y exigencias, entre otras muchas cosas me he permitido terminar de ver And just Like That, la continuación de Sex And The City. Y como no tenía tantas obligaciones, ni horarios que cumplir, ni comidas que organizar o reuniones que preparar, la he visto hasta el final. Y qué final… qué manera de cargarse una marca, porque en cierto modo, Carrie y sus amigas habían creado una marca. Sus paseos por NY se convirtieron en rutas turísticas, los cupcakes (que para nosotras siempre habían sido magdalenas) de Magnolia Bakery eran tan icónicos como los hot dogs de Wall Street; los tutús salieron de las clases de ballet y se pasearon por bodas, bautizos y comuniones. Pero, además, las chicas de Sex And The City nos sirvieron para quitarnos de encima mucho prejuicio. Al estilo Hollywood, con la firma de Darren Star y en clave romanticona, descubrimos a unas mujeres que eran amigas, que tenían en la amistad su principal red de apoyo y que no solo compartían lo malo (a eso estábamos más acostumbradas en el cine), sino que principalmente se juntaban para hablar de lo bueno y en lo bueno se incluía el sexo, del que hablaban sin tapujos, se contaban experiencias, anécdotas, se explicaban técnicas, posturas y, lo más importante, rompiendo el falso mito, no se juzgaban.

Y con los años llega la secuela. Lógico, porque la marca seguía teniendo tirón y en dos temporadas (hablan de que habrá una tercera, que espero me pille muy liada y no pueda ver) se cargan todo lo construido en estos años. Las amigas estupendas y desprejuiciadas ahora son unas cincuentonas desnortadas que siguen pensando que no pueden vivir sin pareja, que necesitan el reconocimiento y el permiso de los demás para decidir, para avanzar en sus carreras. Que, las que lo son, son abnegadas madres y amas de casa (que tienen que preparar los actos benéficos de las prestigiosas escuelas de sus hijos con la misma frecuencia que las demás preparamos meriendas) con maridos que tras alguna discusión se dan cuenta de que sus esposas son también brillantes en sus profesiones y acceden a ayudarlas.

En fin, que podría estar enumerando barbaridades como la conversación entre el personaje gay y su pareja sobre si ser pasivo te hace ser la mujer de la relación (sí, a mí también se me quedó esa cara). En resumen, una marca que no ha sabido evolucionar, que no ha sabido leer el momento en el que se encuentra ni el target al que va dirigida, y que ha pensado que los modelazos de alta costura con los que nos deleita Carrie para bajar la basura eran suficientes. Una marca que ha dejado de construirse. No han entendido que los años, además de arrugas, a sus consumidoras nos han dado sabiduría, conocimiento y criterio. Y frente a este despropósito, aparece Barbie y Mattel hace el mejor spot de los últimos tiempos. Un spot que lleva recaudados ya más de 1.000 millones de dólares (la Lego película no llegó a los 500 millones) y que es todo lo contrario de la serie de las neoyorquinas pijas.

Barbie es un ejercicio magistral de conocimiento de las audiencias y eso que tiene una audiencia mucho más amplia y variopinta, que nos ha impactado a varias generaciones de mujeres, pero también de hombres. Barbie ha conseguido que los prejuicios que mi generación tenía contra la muñeca se hayan borrado de un plumazo (o casi), que su mea culpa por crear mujeres delgadas, perfectas y sin vagina suene real, que Barbie Rara, ese insight tan potente, sea quien tiene las respuestas con el enorme mensaje que esto da sobre la tiranía de la uniformidad (por cierto, Barbie Rara ya se puede adquirir en preventa). Ha conseguido que las mujeres podamos vestirnos de rosa sin miedo a dañar nuestra conciencia feminista, es más, nos hemos vestido de rosa para acudir a los cines como si formáramos parte de una hinchada de fútbol (¡ufff!, es decir la palabra fútbol y subirme por la espalda un latigazo de ira…).

Y sí, Greta Gerwig hace un alegato feminista divertido, para todos los públicos, comercial, mainstream, al que se le pueden sacar ‘peros’, por supuesto. La peli no es perfecta, y no será historia del cine, ni falta que hace porque el KPI de Mattel era darle la vuelta a su producto estrella y lo han conseguido. Estaré también atenta a las ventas en la campaña de Navidad, que me da en la nariz que serán altas. Y como la realidad siempre supera la ficción, Margot Robbie, además de la perfecta Barbie, es también la productora, desmontando así el mito de que las rubias estupendas son tontas.

Pero volviendo a la rutina, fue esta maravillosa vuelta a la cotidianeidad la que me llevó el otro día al cine a ver Las chicas están bien, de Itsaso Arana, película que recomiendo muchísimo. Sus protagonistas son todas mujeres, pero trata de temas tan universales y transversales como la muerte, la confianza o el amor. Cuando se encendieron las luces entre caras sonrientes y alguna que otra lágrima, a modo de research casero pude contar, y la proporción era de 25 mujeres frente a 3 hombres, y así fue como la rutina también me devolvió a la realidad. Y la realidad es que todavía nos hacen falta muchas Barbies para romper las inercias que llevamos arrastrando desde muchos siglos atrás.

Gema Arias, directora general de estrategia creativa en Kitchen y socia fundadora de Más Mujeres Creativas

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