Levántate a las 5 am para sacarle partido al día, cena poco y temprano y te levantarás con la pila puesta. Haz deporte por la mañana para estar activa, cuida lo que comes para rendir más. Aprovecha el tiempo, sé eficiente, sácale rendimiento a cada minuto... ¿Os suena? Ya hace tiempo que vengo observando las señales de que algo no iba bien. Me he estado haciendo la tonta, pensando que yo era inmune al algoritmo y su gota malaya… hasta que llegó la señal definitiva: he dejado tres libros sin terminar, los tres seguidos. Para qué leerlos y perder el tiempo, si hay muchos más esperándome, me dije.
Todo empezó cuando me bajé la app Goodreads. Pensé que me vendría fenomenal para apuntar todos los libros que quiero leer y acordarme cuando voy a comprarlos, valorar y hacer una pequeña reseña de los que ya he leído y así recordarlos mejor. Además, podía seguir a amigas y amigos que considero referentes en cuanto a gustos literarios y, sobre todo, podía retarme y ver cuánto leía en un año… ERROR. Lo que siempre ha sido mi gran escapatoria, mi momento del día, mi onza de chocolate cerebral se había convertido, lo había convertido, en una tarea. Había hecho escaparate de mi pasión por la lectura, y lo que siempre había sido un disfrute íntimo se transformó en una manera de demostrarme y, sobre todo, de mostrarme.
Leer para cumplir un objetivo numérico de lectura, a costa incluso de hacerme trampa y meter algún librito de poesía o novela gráfica para que la estadística jugase a mi favor. Ponérmelo fácil con libros más sencillos, menos sesudos y, claro, también menos interesantes, pero con los que avanzar más rápido y llegar a la meta. Para mí, la lectura siempre ha sido un acto beneficioso, por las ideas que lo que leía me dejaban en la cabeza, porque un libro me hacía pensar o porque me hacía llorar o reír, no sentirme sola o sentirme especial. Pero entrar en esa app (la culpa no es de la app, que creo que es una buenísima idea, la culpa es mía, sólo mía… bueno y de la gota malaya) lo convirtió en un acto productivo y creo que esta productividad, por encima de todo, se está convirtiendo en un mal de nuestra época.
Algo de esto ya lo intuía yo, pero el otro día, en una de las actividades que ponemos en marcha desde Más Mujeres Creativas (aprovecho para decir que os hagáis socias, que la unión hace la fuerza), Henar Vega, psicóloga y experta en burnout, nos lo corroboró. Nos habló de que esta híper productividad es una de las causas que incide y hace más profundo ese síndrome y que es algo que está más extendido que la gripe en enero. Y ahí estaba yo, con mi runrún interior, cuando el domingo cayó en mis manos un artículo de un filósofo sevillano, José Barrientos-Rastrojo, que pasa consulta filosófica. Sí, como si fuera un médico con la migraña, pero con los dilemas existenciales. Saber de la existencia de este señor me hizo recuperar un poco (cosa muy difícil con los tiempos que vivimos) la esperanza en el ser humano y me dio algo de luz. Dice Barrientos que en sus talleres la filosofía no se usa como una herramienta para hacer a sus pacientes más funcionales y productivos dentro del sistema. Cree que la filosofía tiene que servir para fomentar la autonomía y el desarrollo del pensamiento de las personas. Para autodescubrirnos y recuperar nuestra propia existencia.
Y esto, exactamente esto, es lo que ha sido siempre para mí la lectura. Disfrute, no productividad. Y así quiero que siga siendo, aunque me tenga que enfrentar una y mil veces al algoritmo. Nosotros, que nos dedicamos en teoría a manejar los deseos del consumidor, somos también consumidores y estamos viviendo en carne propia tener que movernos al antojo del algoritmo y de lo que quieren los que lo manejan, que obviamente no somos nosotros. No descubro nada nuevo, pero a veces está bien recordárnoslo.
Gema Arias, directora general de estrategia creativa en Kitchen y miembro de Más Mujeres Creativas