Cuando esto salga publicado algunos habréis olvidado conscientemente las Navidades y otros trataréis de agarraros a ellas como a la barra protectora para no salir volando de las montañas rusas, y tendréis esa cara de pánico contenido que se nos pone justo antes de bajar a toda leche por la cuesta de enero que encadena a un ritmo endiablado con el resto de cuestas… hasta las vacaciones de verano. Aun así, no me resisto a comentarlas un poco. Solo un poco, de verdad. Yo no sé si para vosotros las Navidades son así como un relato completo con su presentación, nudo y desenlace, o son, como para mí, una serie de “cachitos” que sin conexión aparente acaban formando un todo. Sí, exactamente igual que el programa de La 2 que se ha convertido en el sustituto de las fiestas de Nochevieja para los de mi generación. Uno de esos cachitos fue que Lalachus presentara (no nos engañemos, Broncano esta vez era el +1) las campanadas en TVE. Sigo aplaudiendo a rabiar la decisión de que alguien con su desparpajo, su cuerpo no normativo y su pasarse por ahí mismo los bochornosos, desagradables, machistas, gordófobos… comentarios que llenaron las redes sociales, nos haya acompañado para despedir y recibir el año.

Otro cachito ha sido tener que enfrentarnos, aunque sea mirando de reojo, a cómo está el mundo y a las atrocidades que no se paran por Navidad. También ha estado el cachito absurdo donde los haya de si hay que desear felices fiestas o feliz Navidad, sí, en esas estamos a estas alturas. Ha estado el cachito de no olvidarse de los afectados por la DANA, aunque ese cachito era más de boquilla. Hemos tenido el cachito de que el roscón de reyes cueste más del doble para las personas celíacas y, si hablamos de dulces, otro cachito ha sido indudablemente para los Felipe II, unos mantecados que hace unos años costaba encontrar y que tenías que comprar al principio de las Navidades porque se acababan, y este año hasta se han hecho camisetas (meme) de ellos. No sé si será por esta vuelta a tiempos pasados que parece que estamos viviendo o porque están para ponerles un piso (bueno, eso ya no, que ahora los pisos no te los pone ni la lotería de Navidad).

También ha habido cachitos más para adentro, como el de peli y manta, el de comidas que se convierten en cenas, el cachito del bingo en familia, el de regalar y que te regalen, el de agradar, aunque no tengas el día, y el cachito de leer no solo 5 minutos antes de caer fulminada en la cama. Y curiosamente, este año mis libros de las Navidades también han sido de cachitos, los dos que me he leído eran trocitos de realidad que acababan conformando una historia. Uno de ellos, Aún nos queda el teléfono, de Erica Van Horn (mi regalo del libro invisible que nos hacemos en Kitchen), me ha parecido una auténtica delicia, a la altura de los mantecados de moda. Una colección de recuerdos cotidianos, sin relevancia, sin aparente belleza pero que, juntos, son poesía. Os prometo que arregla cualquier finde tonto. El otro, como no lo recomiendo, no lo menciono, pero tiene de inicio una cita de Emily Dickinson que me pareció oro: “Estoy afuera con candiles, buscándome a mí misma”. Y es que yo, que pienso y leo mucho sobre esto que hacemos, me refiero a la publicidad, he llegado a la conclusión de que nos pasa eso, que tratamos de buscarnos fuera, de explicarnos de manera complicada, poniendo siempre al frente las nuevas tecnologías de turno, y la realidad, como casi siempre, es mucho más sencilla. Nosotros, los que nos dedicamos a esto, somos recolectores de cachitos, cachitos de vida, de emoción, de actualidad, de sensaciones, de normalidad. De la maña que nos demos manejando esos cachitos, pero, sobre todo, de la verdad que haya en ellos, depende que lleguemos o no a los que están al otro lado.

Gema Arias, directora general de estrategia creativa en Kitchen y socia fundadora de Más Mujeres Creativas