A veces, cuando escribo en este espacio que me presta Anuncios me nace la política que llevamos dentro y tiendo a hablar en plural, como si yo representara a todas las personas de esta industria o como si todas las personas de esta industria se sintieran interpeladas por lo mismo que yo. Así que, en lugar de decir que cada vez nos reímos menos en esta profesión, voy a decir que yo siento que cada vez me río menos.
Vamos por partes. El otro, día John Hegarty contaba en un artículo una anécdota de los incomparables Monty Python y de cómo el skecht de la trucha les salvó la vida gracias a que el humor puede ser universal. Esto es una verdad como un camión de grande y Hegarty lo desarrolla en su artículo, pero eso ya lo cuenta él, yo quería contar otra cosa.
Lo primero que hice después de leer el artículo, fue ver en YouTube el skecht de la trucha. Uno de ellos le da varios golpecitos en la cara a otro con una trucha pequeña y el otro, muy serio, saca una trucha gigante, le arrea en la cara y le tira al agua. Y me dio la risa floja. Una risa de esas que te duran un rato. No sería nada anormal si mi siguiente reacción no hubiera sido de sorpresa. Estaba sorprendida: ¡me estaba riendo mucho!
Pensé: qué bajón ¿no? Sorprenderme por reírme. Y entonces me puse a buscarle motivos. Pensé: es normal que no me ría mucho porque está el mundo para pocos chistes, pero los propios Monty Python hacían humor en la época de crisis económica del Reino Unido y convertían la disconformidad social y política que se estaba viviendo en el país en humor absurdo y surrealista.
Por eso, y hablo de mí, creo que la incertidumbre, el desequilibrio mundial en el que vivimos, las noticias, malas, siempre malas y 24/7, la velocidad a la que sucede todo, que te hace dudar de tu capacidad para entender el mundo… me han hecho refugiarme en la corrección, en buscarle un sentido a todo, una trascendencia que seguramente nadie aprecie y nadie pida. Es como si reírse, con el mundo como lo tenemos, fuera una grosería, una falta de educación.
Pero me estaba olvidando de lo bien que sienta reír, del poder sanador de la risa, y todavía de algo más importante: de la capacidad que tiene el humor para abordar temas que son complejos y hacerlo de una manera ligera y comprensible. De la capacidad que tiene la risa, el humor, para empatizar, para llegar, para generar valor.
Y esto tal cual aplica a la publicidad y a la comunicación, pero no quería esta vez hablar desde ahí, quería hacerlo desde un lugar más profundo porque yo me dedico a la publicidad, pero esto es relevante para cualquier ámbito de la sociedad.
Perder el sentido del humor nos aliena. Perder el sentido del humor nos hace grises, nos convierte en ‘ChatGPTs con patas. Nos deshumaniza, y eso sí que es ir derechitos a la hecatombe mundial.
Así que este fin de semana he hecho un tratamiento de choque, me he visto toda la temporada 1 (sí la 1, ¿veis como es verdad que estaba perdiendo el sentido del humor?) de Poquita fe y solo he mirado las redes sociales para ver bromas de sustos y bebés diciendo tacos en inglés.
Bueno, también he terminado de leer Hijas horribles, de Blanca Lacasa, que no es humor precisamente, pero, a ver, quien esté libre de pecado que tire la primera trucha (lo siento, pero tenía que hacerlo).
Gema Arias, directora general de estrategia creativa en Kitchen y socia fundadora de MásMujeresCreativas