Y eso es todo lo que tenía que decir al respecto. Así que no necesitan leer ni una palabra más de esta columna. Sin embargo, si deciden acompañarme, les prometo una travesía de absurdeces e incoherencias en la que se desvelará, punto por punto, cómo he llegado a esta tremenda conclusión.
Pues, si les digo la verdad, esto ya lo venía yo rumiando. Método científico que, como saben, es uno de los más populares que existen en el territorio patrio. Además, como diría García, no soy sospechoso: Twitter es la red social en la que paso más tiempo. Generalmente, comentando partidos de fútbol y baloncesto con otros usuarios que piensan exactamente lo mismo que yo.
Es mi fuente de información principal, en la que me entero de la última campaña de Droga5 para acabar con la bulimia en Mesopotamia, el último tuit de Donald Trump sobre que si no sabe si encalar o dejar a ladrillo visto el muro de México, o la depilación asimétrica de las cejas de Cristiano Ronaldo. Es decir, entro varias veces al día, porque sin esta información inmediata, una es que ya no puede vivir.
Y jamás de los jamases he hecho clic en un hashtag promocionado o que me olía a claim de campaña. Ni en #ElQueSabeSaba, ni en #QuéMenoxQueMonix. Ni siquiera en #LasMuñecasDeFamosaSeDirigenAlPortal, de tanto éxito en estas señaladas fechas. Llámenme raro, pero me interesa seguir las conversaciones que me interesan.
Ciertamente, los publicitarios deberíamos ser ecuánimes y no creer que nuestros gustos/fobias personales son extrapolables al conjunto de la población. Pero es que, lo mire como lo mire, no me parece que la gente vaya en masa a ver si #YaEsPrimaveraEnElCorteInglés y todo lo que España tiene que decir al respecto.
O sea, que siempre he creído que los hashtags son como los banners. Eso sí, mucho menos molestos. ¿Hace cuánto que no hace usted clic en un banner? ¿Se acuerda? ¿Fue en la pantalla de un Amstrad? ¿De un Commodore, quizás? Pues eso.
Dicho esto, jamás había verbalizado en público mi opinión sobre los hashtags puesto que, como todas las campañas habidas y por haber cierran con uno, pensé que la cosa iba como un tiro. Que si Butragueño volviera a protagonizar su mítico spot, pero ahora cerrando con #DosBolsasDeCaoflor, Twitter reventaría y Cola-Cao entraría en suspensión de pagos, tal es el poder del simpático ardid tuitero.
Pero no. Mi querido Pepe García me iluminó con un artículo en el The Next Web en el que ponían a los hashtags en su sitio. "We looked at 137,052 tweets and learned hashtagswere worthless". El bellísimo mundo de los bots y los spammers en la tormenta hashtaguera perfecta.
PONIENDO PASTA
Pero, como en todo, hay una gota que colma el vaso. En mi caso, ha sido Pebble: una empresa que tiene el record de suscripción popular en Kickstarter, recaudando más de 10 millones de dólares para el desarrollo de uno de los primeros smartwatches. 20 millones para el segundo modelo y otros 12 para el tercero. Y aquí, su seguro servidor ha ido poniendo pasta consecutivamente para financiar esta aventura.
Tuvimos que esperar más de un año desde que pusimos la pasta hasta que nos enviaron el primer Pebble. Y llevábamos ya siete meses esperando el tercero con continuos retrasos, hasta que hace un par de días nos llegó un mail diciendo que "Fitbit ha comprado Pebble". Que "dejan de fabricar ‘smartwatches'". Que "dejan de tener garantía". Que "devolverán el dinero a los que apoyamos el último ‘kickstarter' en marzo de 2017". Que "las funcionalidades se verán reducidas en el futuro". Básicamente, que sus smartwatches pasan a ser igual de smarts que Belén Esteban.
Pero que gracias por todo y que compartamos nuestros mejores momentos con Pebble con el hashtag #pebbleXfitbit. Parafraseando a Manuel Alexandre en Amanece, que no es poco: me parece a mí que vosotros los de Pebble#tenéisuncuajo…