Decía Winston Churchill que" el problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes". Y creo que sus palabras podrían aplicarse casi a cualquier época, no solo a la suya. Más aún hoy, cuando nos acercamos al primer aniversario del inicio de la pandemia -estudios de la universidad de Harvard datan los primeros casos de Wuhan en octubre de 2019- sumidos peligrosamente en un letargo económico del que no se vislumbra el final. Cuánto hemos vivido desde que el 31 de enero se conf rmara el primer positivo por coronavirus en España.
Cuántas familias rotas desde que el 13 de febrero se registrara el primer muerto por COVID en nuestro país. Aún tendría que pasar casi un mes hasta que el 11 de marzo la OMS declarara la pandemia mundial, cuando en la localidad china de Wuhan, epicentro del tsunami que ha alcanzado a todo el planeta, ya se habían registrado 120.000 casos y 4.200 fallecidos. En el momento de escribir estas líneas, los datos oficiales en España, que solo incluyen los fallecidos con PCR positivo previo, hablan de 33.000 muertos, aunque la cifra real se estima superior a los 50.000 (según el Sistema de Monitorización del Exceso de Mortalidad gestionado por el Instituto de Salud Carlos III), mientras el Banco de España empeora las perspectivas económicas en cada revisión trimestral.
De tantos miles y miles que contabilizamos por ciudades, por países, por continentes, hemos perdido la perspectiva humana detrás de esas terribles cifras, que parecen no tener nombre salvo para quienes lo han vivido, lo están viviendo, de cerca. "Cuando veáis mañana las estadísticas de COVID, uno de los muertos ha sido mi tío Pedro", publicaba hace unos días un viejo amigo en sus redes sociales. "Por poner nombre a los números. Por ser conscientes y responsables de lo que está pasando. Por los demás que están en esas listas. Por cuidarnos y cuidar a los demás". Encontramos mensajes similares cada día en las noticias, en las redes sociales o nos llegan por WhatsApp.
Poner nombre a los números. Qué justo y necesario. Porque detrás de cada uno de esos más de 50.000  fallecidos hay muchos padres, madres, hijos, hermanos… familias enteras. Nadie esperaba una pandemia mundial ni estábamos preparados para ello, pero la incidencia desigual del virus en los países de nuestro entorno hace inevitable preguntarse por qué España encabeza los peores rankings del coronavirus cuando somos un país de primera, aunque nos cueste reconocerlo y no nos comportemos como tal: el puesto 13 de la UE y el 30 del mundo, en un ranking de 194, según el PIB per cápita; el 19 de los países con una democracia plena, según The Economist, en una lista de 167.
Si nuestra vida y nuestra economía dependen -siempre, y durante una crisis mundial todavía más- de la mejor o peor gestión política, ¿por qué no unos premios Eficacia para nuestros políticos y dirigentes? Que sintieran nuestro aliento en su nuca día a día y no solo cada cuatro años en las urnas. Un premio   en reconocimiento al trabajo de forma consistente en la búsqueda de la eficacia [política], demostrando el retorno de la inversión" sería el espíritu de estos galardones, inspirados en los Eficacia, que este año celebran su vigesimosegunda edición. El reconocimiento a la buena gestión y al servicio público, valorable -como en las empresas privadas-en función del logro y el cumplimiento de unos KPI que midieran matemáticamente y al milímetro cómo sus acciones y decisiones repercuten en la vida de los ciudadanos, sus gobernados.
Si la reválida de los cargos políticos dependiera de unos premios Eficacia, quizá España no sería uno de los países con mayor tasa de mortalidad desde el inicio de la pandemia (el cuarto, según los datos de la Universidad John Hopkins, por detrás de Perú, Brasil y Ecuador). Quizá Madrid, Cataluña, Valencia, Andalucía, Baleares y Castilla y León no se encontrarían entre las regiones de la UE más impactadas económicamente por la COVID-19, según el barómetro recientemente publicado por el Comité Europeo de las Regiones. Quizá las repercusiones económicas, aun siendo graves en el contexto de crisis mundial que vivimos, habrían sido otras… ¿Solo quizá?
La protección de la salud y la reactivación económica requieren políticas valientes ydecididas que hagan frente a la incertidumbre que nos ha traído el virus. Y a pesar del espectáculo que nos ofrecen nuestros gobernantes nacionales y autonómicos cada día con sus enfrentamientos y litigios en busca de uno u otro titular en los medios, veo a mi alrededor cómo empresas, pymes, trabajadores y autónomos se enfrentan a esa incertidumbre con la energía y la actitud de los gladiadores romanos. Por eso y principalmente por eso, y parafraseando una vez más al gran estadista que fue Churchill," soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa".