
Todo había sucedido muy deprisa. Juan no se lo podía creer. Abrió la puerta del camión, bajó de un salto, y se detuvo en medio de la calle pensando:
“Joder, la que he liado. ¡Me cago en la puta! ¿Cómo les voy a explicar esto? ¿Qué les digo? ¿Que falló el cierre? No tiene sentido. Es de las primeras cosas que te enseñan. Era como un puto mantra. Cerrar las puertas y asegurar el cierre. Cerrar las puertas y asegurar el cierre. Cerrar las puertas y asegurar el cierre. Cerrar las puertas y asegurar el cierre. Además, los peritos se van a dar cuenta de que no lo aseguré. Tranquilo. Tranquilízate. Piensa. ¿Se dejará sobornar alguno? Estoy jodido. Me van a echar. Medio cargamento a la mierda. Veintitrés cajas a la mierda. Para una vez que tengo un trabajo que me gusta… Solo hay que cargar la mercancía. Llevarla a la dirección que sea. Confirmar la entrega. Volver a la central y a por el próximo pedido. Además, no tengo que aguantar a nadie. No como en aquel hotel. Todo el día con ese idiota de Simón. Era un tío insoportable. Pesado. Todo el tiempo hablando de sí mismo. Contando lo bueno que era en todo ¡Qué tío más idiota! ¿Qué será de él? Igual se ha muerto. Mejor. Mierda. Me gusta este trabajo. Solos el camión y yo, sin nada ni nadie dándome el coñazo. Pero se acabó. Todo se va a ir a la mierda por un puto bache y un cierre mal asegurado. ¿Qué hace ahí un bache así? ¡Parece el cráter de un puto meteorito! Tengo suerte de no haber volcado. No. No tengo suerte. Si hubiera volcado igual les daba pena y olvidaban lo del cierre. O parecería un accidente. Puedo subirme al camión y estrellarlo contra un coche. No. No tiene sentido. Los peritos se darían cuenta. ¡Putos peritos! Y ese de ahí. ¿De qué se ríe? A mí no me hace ni puta gracia. Si le hubiera pasado a él seguro que no se reiría tanto. ¿Cómo va a pasarle a él si es un niño? Claro, para él esto tiene que ser la hostia de divertido. ¿Cuánto tardarán en recogerlo todo? Me matan. Me matan. Voy a fumar un cigarro. Sí. Eso es. Un cigarro...”.
Se encendió el cigarro y permaneció inmóvil observando cómo la mitad de su mercancía, cientos de bolitas de colores, caía calle abajo dando anárquicos botes e impactando contra todo. Tiñendo toda la calle de colores, creando un mágico contraste con el oscuro alquitrán del asfalto. Como si un arco iris se hubiera roto en mil pedazos.