Un nuevo concurso masivo, sin remunerar y con condiciones legales más que dudosas, el de Iberia, vuelve a poner sobre la mesa una de las grandes cuestiones que aqueja al sector de las agencias de publicidad: su debilidad congénita frente a las imposiciones de anunciantes que ni siquiera son sus clientes y que, por el mero de hecho de ser grandes y saberse deseados, hacen pasar por el aro más estrecho a las más potentes de las agencias españolas.
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