Para los que trabajamos en publicidad, los últimos quince años podrían contarse en años de perro. Es decir, quince añitos que pesan como 86 añazos gracias al ritmo frenético impuesto por la tecnología. Todo un viaje espídico a bordo del DeLorean de Regreso al futuro intentando adaptarnos, como podíamos, a todo lo que caía por el camino. Nuevos formatos, nuevas formas de hablar y nuevas necesidades a las que nuestras queridas marcas se iban enfrentando. Muchas de ellas impuestas por la demanda cada vez más exigente de ofrecer un punto de vista más centrado en las personas y menos en el egocentrismo tan común entre las marcas.
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