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a buscar la excelencia, lo que les llevaba de manera
natural a contactar para sus producciones con los
grandes del arte y la cultura, y en eso sí había una
continuidad con las décadas anteriores, al menos en el
lado gráfico (no olvidemos a los Aguayo, Joan Costa,
Grupo 13…) (3). Ilustradores, cineastas, músicos,
escritores, fotógrafos, diseñadores… tenían en la
publicidad una fuente paralela y nada despreciable de
ingresos.
¿Cómo es hoy?
Como digo, estas son apreciaciones cualitativas y
subjetivas, pero seguro que me equivocaré muy poco
al decir que cuarenta años después apenas quedan
rastros del star system excepto en las alturas de las
agencias de medios y los grupos internacionales, que los
periodistas especializados lo tienen mucho más difícil,
pues les toca seguir de cerca cien agencias creativas,
docenas de digitales de toda laya, veinte agencias
de medios y varios tipos de nuevos intermediarios
tecnológicos; que la publicidad ya es en más de un 60%
digital, con las enormes implicaciones que eso tiene a
nivel presupuestario y de número y perfil de empresas,
que los grandes grupos mediáticos han sido sustituidos
en el liderazgo por las big tech, y que por tanto ya
pocos se acuerdan de los súper eventos, incluido algún
vuelo charter a Mallorca, con la excusa de presentar
una revista femenina, la nueva programación de una
televisión o las novedosas ofertas multimedia. Si se me
permite la reducción, hemos pasado de un oligopolio a
un ecosistema mediático tripolar, repartido entre las big
tech, las televisiones y el resto.
Y, por supuesto, los equipos de grandes cuentas ya no
coleccionan relojes caros. Entrar en una agencia era
entonces sinónimo de un buen sueldo pasados apenas
tres años si lo hacías bien, y muy bueno si en ocho
llegabas a un puesto directivo, no necesariamente de
los más altos. Hoy es muchas veces un rito de paso en
busca de uno o de una misma, mientras se comparte
piso o se vive con los padres.
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