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lo antes posible al momento en el que a este, al cliente,
se le pueda proponer un descuento.
Esta es la gran paradoja de nuestro sector: en un
mundo en el que la idea de relato como motor de la
humanidad está en boca de todos gracias a Yuval Noa
Harari, muchas marcas destruyen su propio relato con
comunicaciones a cortísimo plazo aunque, eso sí,
convenientemente personalizadas.
¿Y la sociedad?
He hablado antes del sector publicitario, pero estos
cambios no se entienden del todo si no hablamos
también de la evolución de la sociedad. Como no tengo
espacio, ni tiempo, ni seguramente conocimiento para
hacer sociología, solo me voy a fijar en un aspecto: el
humor como piedra de toque de lo que hemos cambiado.
Provengo de una generación que, independientemente
de ideologías, abundaba en chistes sexistas,
homófobos, racistas y sin respeto a las minorías. Un
humor que, aunque poco, asomaba la patita en la
publicidad. Hoy ese humor se ha quedado para la parte
oscura de las RRSS, sin lugar al “aire libre” y con una
marca ideológica clara. Cuando hoy nos asomamos a
las recopilaciones históricas de programas de humor en
alguna cadena nos ruborizamos instantáneamente de
lo mismo que antes nos regocijaba.
Si antes era complejo para los publicitarios y las marcas
españolas internarse en el campo del humor (tan eficaz
desde siempre en el mercado y los festivales, que se lo
digan a los ingleses), ahora ya se ve como un terreno
absolutamente minado.
Y eso a pesar de que, quienes nos criamos con esos
chistes, ahora somos, por desgracia, los dominantes
en la pirámide poblacional invertida que nos caracteriza
como país.
Hay otros dos puntos en los que también hemos
mejorado enormemente. El primero: la honestidad de
la publicidad. En los ochenta y noventa la publicidad
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