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engañosa se enseñoreaba de emisoras de radio,
cadenas privadas de televisión y anuncios breves en
los diarios y teletiendas. Cualquier desaprensivo podía
montar una empresa, forrarse con mentiras emitidas en
la publicidad de grandes y respetables medios y cerrarla
antes de que hubiese juicio alguno. Es difícil para quien
no lo haya vivido hacerse una idea de lo que era aquello
y de cómo perjudicaba a las marcas serias y la imagen
de la publicidad. La exitosa renovación de Autocontrol
desde la AEA a finales de los noventa, en la que tuve
el honor de participar, permitió expulsar a la mayoría
de esos tramposos. Por supuesto, siempre hay y habrá
chorros, pero ahora podemos defendernos. Aunque
también es verdad que los malos han encontrado otras
formas de enriquecerse a costa de la ingenuidad ajena
y sin necesidad de emitir publicidad.
Por primera vez los publicitarios se están aproximando
a los índices de confianza de los periodistas según
los estudios, aunque desgraciadamente no hay que
alegrarse, porque me parece que en eso influyen más
los deméritos ajenos que los méritos propios.
Quién nos lo iba a decir a los que, como yo, nos
hicimos periodistas con altos ideales de objetividad y
transparencia.
Y el segundo punto positivo: la irrupción de las mujeres
en publicidad. En los listados expuestos antes ellas son
una minoría evidente. Hoy es más que obvio que esto
ha cambiado muchísimo, y para bien.
Este es mi breve destilado de cuatro décadas
mirando hacia atrás.
En la segunda parte miraré hacia delante, a los retos del
marketing y la publicidad, especialmente para señalar
aquello que está mal y que, como industria habría que
tratar de cambiar.
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