No es difícil imaginar qué nos dirían los maestros de la guerra acerca del caso, cada uno en su estilo. Tsun Tzu, más indirecto: “Las consideraciones de la persona inteligente siempre incluyen el analizar objetivamente el beneficio y el daño”. Y von Clausewtz, yendo al grano: “Para que al oponente se someta a nuestra voluntad, debemos colocarlo en una tesitura más desventajosa que la que supone el sacrificio que le exigimos”.
La publicidad, suele decirse, es reflejo de la economía de un país. Y, con matices, esto se sigue demostrando. Con matices porque la caída de la inversión publicitaria a lo largo de la crisis ha sido tremendamente más profunda que la del PIB, como hemos destacado aquí varias veces, y su recuperación apunta, por ahora, a una subida solo un poco más rápida que la de la economía nacional. En realidad, el crecimiento publicitario, y lo decimos con subjetividad periodística, parece sometido a la misma paradoja que los datos macroeconómicos: se supone que van mejor, pero esa mejoría no acaba de llegar a toda la cadena y especialmente a los eslabones más débiles.
La colonización sigue su curso imparable. Santa Claus (un santo que se hace llamar santa es bastante surrealista) lleva años compartiendo protagonismo con nuestros Reyes Magos, Halloween está ya entre nosotros sometiéndonos al chocante paso por una ruidosa fiesta infantil, justo la noche antes de nuestra tradicional y recogida visita a los cementerios. Y ahora, nos estalla en la cara la sucesión Black Friday y Cybermonday.
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