
La pasada crisis económica mundial dio un fuerte impulso a la idea, no completamente nueva entonces pero sí menos implantada y visible, de que el papel de las empresas en la sociedad había de experimentar un cambio. Más allá de la provisión de productos y servicios a sus consumidores y clientes, y de la legítima aspiración a conseguir un beneficio y ofrecer dividendos a sus accionistas, la observación de un comportamiento responsable respecto a los diferentes grupos de interés que se relacionan con ella es una de las tareas que la sociedad espera –prácticamente exige, cabría decir- de una empresa en el momento actual.
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