El caso del centenario anuncio luminoso de Tío Pepe y su probable no retorno a su histórica ubicación en la Puerta del Sol madrileña ha llevado a la obra publicitaria a un terreno en el que normalmente no se la encuentra, que es el de su consideración como patrimonio cultural. Son pocas las obras que han logrado ese estatus, el cual les ha permitido su indulto, convirtiéndolas en excepciones de las leyes nacionales o las ordenanzas locales, y sólo por eso deberían merecer el apoyo de toda la profesión publicitaria. Por encima de El Sol o de Cannes Lions, el reconocimiento de su valor histórico y cultural es lo máximo a lo que pueden aspirar una obra publicitaria y sus autores.
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